El antiheroe dormido
Te durmieron inexorablemente de un cross
arltiano a la mandìbula, dormiste, te descansaron
fatal y crudamente.
No pudiste rescatarte, craneabas ser un hèroe
y solo fuiste un antiheroe, condenado a escuchar
toda clases de idioteces; solo te salvaba
oir por las tardes de calor infernal
a Ludwig Van Beethoven
(bitjoven pronunciaba el sudafricano).
Què diablos hacer en las tardes de tòrrido calor aporteñado
sino escribir apoemas, pseudo poemas, o como diablos
quieran llamarse.
Sin signos de exclamaciòn, por favor, sin ènfasis
alguno.
Era una noche de Palermo muy cerca del famoso
Varela Varelita, estàbamos con Milena B. por entonces mi novia
y el anciano Esteban (escribo anciano por no escribir viejo:
el viejo milonguero, el milonguero viejo, como el Tango
de Carlos Di Sarli).
Tomando un helado en medio de la noche
y el viejo decìa que la habìa pasado mejor con nosotros
que si hubiera ido a milonguear, que no fue aquella noche
palermitana, yo tenìa la mala costumbre de invitar los copetines, claro,
venìa de cobrar, pero tenìa ese estùpido hàbito
de patinarme la guita como si fuera millonario
o algo por el estilo: si todos me conocìan como un
poligriyo, un ratòn de biblioteca, un bohemio o algo peor;
asì que despuès de bailar ìbamos a tomar algo
y a intercambiar toda clase de chismes y toda clase de sandeces
como si la juventud fuera eterna
como si el dinero fuera a durar toda la vida
como si nos sobrara el tiempo.
Una noche, casi cago a trompadas a Miguel C., un desagra
decido: casi me manda al frente con Milena, en cuanto a mis amorìos
o romances por izquierda: mi novela adulterina con Valeria B.
ya venìa durando màs de 1 año, mientras
tanto, yo continuaba enfrascado en la lectura de Reflexiones sobre
la Violencia, de George Sorel.
La frecuencia inusitada con la cual asistìamos a transitorios
albergues, iba minando nuestras respectivas finanzas:
no ahorràbamos absolutamente nada, plata que entraba zas
se gastaba indefectiblemente cenando
afuera, asistiendo a los màs coquetos salones de baile y confiterìas cèntricas
hasta altas horas de la noche, o sino
enroscados en el tango, los ojos cerrados, entornados, semiabiertos
o simplemente en blanco
como si no se tratara de la cotidiana vida
sino de un novelòn soporìfero del
Marquès de Sade o
algùn trìptico de Henry
Miller.
Nuestras mutuas haciendas, estùpidamente socavadas por la viciosa
asistencia diaria y nocturna a las matineès danzantes
por lo general en el centro de la ciudad, y la concurrencia estrepitosa
a los hoteles màs sòrdidos de la misma city
hacìan de nosotros dos
dos tortolitos en ciernes, dos medias naranjas
ya exprimidas y abandonadas
al medio de la calle.
Ello asì, para no hablar de los baqueteados rostros y cuerpos:
una panza que no me ha abandonado jamàs desde entonces
a causa de la vida francamente libertina que llevaba;
el fantasma de la prostituciòn:
fantasìas homosexuales
deseos incestuosos
fantasìas masturbatorias, masturbacionales
todo eso coadyubaba para destruir de raìz la pareja
y màs aùn teniendo en cuenta el dicho adulterio
que ya llevaba màs de un año (de hecho, jamàs fui al cumpleaños
de mi novia digamos oficial: me entrenaba sistemàticamente
en el ejercicio de la estupidez absoluta, idiotez moral que
consiste en negar la existencia de todos los otros sujetos
en una especie de solipsismo a ultranza
que no conducìa a ninguna parte
y que lògicamente producìa
los peores efectos colaterales:
me negaban el saludo
o me saludaban de malìsima gana: era inùtil que los denunciara
entonces
por discriminaciòn: no existìa evidencia alguna
y de pronto o
de golpe
todo volvìa a recomenzar como en una especie de cìrculo vicioso
que bàsicamente tendìa a volverme loco de remate:
y todo ello mientras escuchaba un concierto de Beethoven
o tomaba cafè con leche con medias lunas
mientras al mismo tiempo fumaba como un esfuerzo
intentando infructuosamente hacer halos o auras de humo
Benjamin mediante.
La locura a la que me llevaba
mi amor totalmente desenfrenado por Valeria B.
me condujo irresponsablemente
a tentar los màs obscenos y descarados trìos con ambas
fracasando de la manera màs
salvaje y miserable.
No obstante, aquellos amorìos presuntamente romànticos
continuaron durante un cierto tiempo
hasta que ambas damas
me mandaron a la misma mierda
y continuè sobreviviendo vendiendo extinguidores de incendio
en los comercios y consorcios citadinos
y tratando de terminar
de una vez por todas
la carrera de Letras
mediante frìas monografìas de
antiguos poetas
que
ya nadie leìa
ni recordaba
ni siquiera los acadèmicos y
eruditos
que componìan aquella
honorable casa
de estudios
en la cual vaguè durante muchos años
como si fuera una especie de Emile Cioran cualquiera
y no un joven y pobre estudiante
que nunca tenìa una maldita moneda en el bolsillo.